Extracto de la Introducción del libro "Método Emilia; Plan Maestro para mejorar la Calidad de los Aprendizajes en Aula"
Desde los preocupantes resultados obtenidos en mediciones
internacionales como la prueba Pisa de la OCDE (Revisar Informe 2016: http://www.oecd.org/pisa/keyfindings/PISA-2012-Estudiantes-de-bajo-rendimiento.pdf), así como de otras evaluaciones
que miden los conocimientos y capacidades en literatura, ciencia, matemática, o
habilidades sociales de los estudiantes latinoamericanos, ha quedado de
manifiesto que nuestros sistemas educativos no están respondiendo a los
requerimientos y necesidades de las sociedades modernas a pesar de los
innumerables esfuerzos por mejorar la calidad de la educación. Cada país de
América Latina ha probado incontables modos y modelos con el propósito, no sólo
de incluir a todos los niños en los sistemas escolares, sino de mejorar la
calidad de los aprendizajes. Un “No
Logrado” rotundo mantiene a los gobiernos, intelectuales, académicos y
docentes de la región en una especie de estado de incomprensión, y hasta en
ciertas ocasiones, en verdaderos callejones sin salida, conscientes de haber
hecho todo el esfuerzo posible para mejorar la educación de nuestros niños y
jóvenes desde perspectivas políticas, sistémicas, administrativas y de gestión
escolar. Los resultados definitivamente no son los esperados y nuestras
sociedades están por debajo de los rendimientos de la mayoría de las naciones
europeas y asiáticas, incluyendo la norteamericana y la cubana. Casi es un
concepto peyorativo recordar que los estudiantes latinoamericanos de más alto
rendimiento en las pruebas internacionales, no sólo están bajo los estándares
mínimos en cuanto a habilidades y destrezas en el mundo del conocimiento y de
las competencias, sino que a la vez, se encuentran a la altura del menor
rendimiento arrojado por los estudiantes cubanos, europeos y asiáticos. Algo,
en definitiva, no hemos estado haciendo bien en los últimos doscientos años
comunes de nuestra historia. Y ello se refleja, sin duda alguna, en el alto
fracaso académico en nuestras universidades, la baja calidad de profesionales, la escasa investigación y las políticas de mala calidad, impertinentes o inapropiadas, lo que nos conlleva a un círculo vicioso de
inefables consecuencias, entre ellas, alta deserción escolar, tanto en los niveles
primarios y secundarios, como en los de grado superior, técnicos y
profesionales, y, lo que es peor, generando líderes políticos y
empresariales con altos niveles de corrupción, así como elevadas tasas de
delincuencia y violencia en todos los estratos sociales.
Con este sólo parágrafo entendemos que debemos buscar soluciones más
radicales y a la vez más técnicas, y al mismo tiempo, más eficaces, para
mejorar rápida y notablemente la calidad de la educación en nuestra región, es
decir, la calidad de los aprendizajes efectivos, lo que en definitiva, es una
imperiosa necesidad.
Y el supuesto
primero para iniciar la búsqueda de un método de aprendizaje debiera ser que en
5° grado ya todos los estudiantes de cualquier sistema educativo latinoamericano
lee, es decir, no sólo junta letras
sino que comprende las palabras como símbolos representativos de la realidad y
es capaz de comprender frases y oraciones simples de diversos textos. En
síntesis, existe en el estudiante la capacidad de la lectoescritura con
indicadores claros a medir como la velocidad, la calidad y la comprensión
lectora. Es pues tiempo de comenzar a trabajar precisamente desde aquí en la comprensión lectora, pero no sólo para
español o castellano, como ha ocurrido hasta hoy en nuestros sistemas
educativos. Con sinceridad, casi no comprendemos esto, es decir, que se
desarrollen modelos y planes de lectura sólo
para español y literatura cuando, en realidad, nuestros estudiantes deben
leer todas las demás materias como por
añadidura. Es así que hasta hoy parece ser lo mismo leer un cuento, una
novela o un párrafo de español que leer un enunciado o axioma matemático, un
problema de física, una reacción química o una hipótesis biológica. Todo es
tratado como simple texto y los docentes partimos del supuesto que si el
estudiante lee un texto de poesía, un cuento o una novela, entonces es capaz de
leer -¡y de comprender!- una ley física, una síntesis biológica o un problema
matemático. Un paradigma, por cierto, no sólo errado, sino que ha conducido,
durante nuestros doscientos y tantos años de historia de la educación, a graves
resultados en la lógica de nuestras estructuras mentales puesto que, por un
lado, sólo hemos desarrollado la lectura a partir de textos viéndonos obligados
a extrapolar nuestras limitadas capacidades de comprensión y calidad a
complejos enunciados de otras materias, y, en segundo lugar, hemos sido
formados, durante estas dos centurias, por modelos educativos impropios a
nuestra mentalidad latina.
Profundicemos
algo más en esta última afirmación. Nuestro Simón Bolívar, en la Carta de
Jamaica (1815), presagia “no somos
indios, ni europeos, sino una especie media…”, una especie media que en vez de no
ser, es una síntesis étnica y cultural de indígenas, europeos,
afroamericanos, y hasta asiáticos, que conforman lo que es hoy el
latinoamericano, incluyendo su interna diversidad, también étnica y cultural.
Esta especie media, desde su
independencia de los conquistadores europeos, lejos de consolidarse como una
cultura intrínseca y distinta (y sus matices) ha vivido en un pretender ser, pretender ser españoles,
portugueses, italianos, norteamericanos, pretender ser europeos, no entendiendo
las más de las veces que pretender ser no
es ser, y agregándole, además, esa tan mexicana y acertada expresión de
Octavio Paz, el ninguneo, negando lo
indígena, negando el mestizaje étnico y cultural, negando, en fin, lo propio,
aquello que nos hace intrínsecamente distintos a otras culturas y únicos como
seres humanos con una realidad, con una visión de mundo, con una forma de
entender la divinidad y el amor, la economía y la educación, que es
absolutamente nuestra, esa insoportable levedad de lo inconcluso, de lo por
hacerse, de lo latinoamericano que aún no acabamos por forjar. Y hemos pretendido
ser copiando, copiando sistemas
políticos, copiando sistemas económicos, copiando sistemas educativos. Lo importado ha sido parte de ese pretender
ser tan nuestro y tan equívoco a la vez. Demás está en profundizar –y tampoco
nos compete aquí-, en lo nefasto que ha sido para las sociedades
latinoamericanas intentar copiar modelos políticos, económicos, culturales y
educativos foráneos, que en nada han contribuido al desarrollo de nuestros
pueblos, sino, por el contrario, nos han hecho depredarnos entre nosotros
mismos en guerras y guerrillas fratricidas, en luchas de clases, en dictaduras
y totalitarismos, así como en perder el norte de cómo debemos educar a nuestros
niños y jóvenes, ello por copiar modelos o formas ajenas que en nada reflejan
lo que realmente somos, sociedades haciéndose,
construyéndose a sí mismas. No escapa –por supuesto-, a este síndrome del
pretender ser lo que no somos el copiar sistemas educativos foráneos, el
español, el finlandés, el norteamericano, el de Corea o el de Singapur. Si a
esto último le agregamos los modelos Waldorf, Montessori o Reggio Emilia,
sabemos que nos quedamos cortos. Tales modelos foráneos han sido construidos
tras siglos de experiencia y para familias, jóvenes y niños españoles,
finlandeses, norteamericanos, coreanos, alemanes o italianos. Damos por
supuesto que si un profesor le pide un trabajo de investigación a un estudiante
norteamericano, ese joven que tiene en su memoria como herencia la migración
inglesa a América del Norte, la guerra de los colonos contra los indígenas, la
guerra de secesión, la liberación de la esclavitud, las proezas norteamericanas
en la Segunda Guerra Mundial o la conquista del espacio, más toda una tradición
familiar sustentada en pertenecer a uno de los imperios más grandes y poderosos
de la modernidad, incluyendo el concepto nacional norteamericano de alta competitividad –entre tantos
otros-, ese joven va a realizar una verdadera y profunda investigación, con
toda la seriedad que cualquier maestro aplaudiría. Pero es aquí mismo donde
encontramos una gran contradicción: los bajos resultados de hijos de
inmigrantes latinos o afroamericanos y de los cuales sólo destacarán aquellos
hijos de familias con una herencia cultural potente en sus espaldas. El resto
queda en el camino. Tomemos otro caso, cual es el modelo Waldorf de origen
alemán y que se ha instalado en casi todos los países de América Latina como
una propuesta innovadora (copia, al fin y al cabo), pero ¿para quienes? Otra
vez para hijos de familias acomodadas o medianamente acomodadas y con un alto
nivel de competitividad, destacando en este modelo la evaluación cualitativa y
para nada la cuantitativa. Ya el resultado de los aprendizajes en los jóvenes
de clase alta de América Latina –que han tenido la experiencia en el Waldorf-,
no es el mismo que en Alemania o en otros países europeos, y más lejanos aún de
los aprendizajes y resultados de algunas de las sociedades asiáticas más
exitosas como Corea, Singapur o Japón. Pero imaginémonos el modelo alemán en
nuestros colegios dependientes del Estado. Niños y jóvenes indígenas,
afroamericanos o simplemente de origen cultural bajo o medio, esos mismos
jóvenes y niños, hijos de nuestras familias latinoamericanas tipo, desde las
cuales pende sobre sus espaldas el despojo, la marginación, la baja autoestima,
la delincuencia, la guerrilla, el terrorismo, la tortura de las dictaduras, el
tráfico de drogas y la drogadicción, la violencia intrafamiliar o las familias
irregulares, la ignorancia y la pobreza, el miedo… y la desesperanza aprendida.
¿Aprenderán y obtendrán altos resultados con el modelo Waldorf? ¿O con el
sistema japonés? ¿O con el modelo finlandés? No podemos aventurar respuestas
sin una debida investigación, pero lo que sí podemos asegurar es que cada
sociedad –en este caso la norteamericana, europea o asiática-, genera sus propios modelos
educativos de acuerdo a su historia, a su herencia cultural, a su sistema
económico y sus necesidades. Esto es precisamente lo que no hemos copiado en las sociedades latinoamericanas.
Podemos
asegurar, desde esta modesta mirada, por ejemplo, que los sistemas educativos
actuales de América Latina tienen más pérdida de capital humano que desarrollo
del mismo. Niños y jóvenes capaces e inteligentes y pertenecientes a todos los
estratos sociales y culturales, se pierden irremediablemente en el camino
debido a estos vanos intentos de copiar sistemas ajenos, habiéndose
transformado tales sistemas en metodologías del ensayo y error con los
resultados que evidencian las mediciones internacionales y con otros resultados
que no son detectables a simple vista, como es el caso no menor de la “fuga de
cerebros”, siendo peor todavía la “pérdida de cerebros” puesto que, al no
poseer métodos propios, acordes con la mentalidad de nuestros niños y jóvenes,
la mayoría de nuestros estudiantes quedan con sus competencias y capacidades
cognitivas a medio camino, campo de
cultivo que genera individuos frustrados, descontentos con sus sistemas
socio-políticos y económicos, incapaces de alcanzar desarrollos y metas propias
–y esto a pesar de que en muchas sociedades latinoamericanas se ponen a
disposición de los ciudadanos oportunidades de crecimiento, de estudios superiores y opciones de
emprendimiento-, alcanzando tales limitaciones a nuestras propias autoridades,
empresarios e intelectuales, inconscientes de su falta de preparación adecuada
y que caen muchas veces en estados de desesperación ante las propias
incapacidades, ante las discapacidades
cognitivas de nuestros pueblos y ante el desarrollo sostenido de otras
sociedades. Estas devastadoras circunstancias
de nuestra región se transforman para innumerables individuos, muchos de ellos
con grandes competencias muy poco desarrolladas o mal desarrolladas, en causas para tomar las armas en defensa del pueblo y búsqueda de
sistemas más justos, habiendo sido y siendo el terrorismo latinoamericano uno
de los flagelos más depredadores de nuestras rudimentarias sociedades, cayendo
en ello muchísimos profesionales, intelectuales, sacerdotes y jóvenes en estos
idearios de la desesperación[1].
En las clases medias y bajas, por supuesto que las consecuencias son también
catastróficas, enrolándose estos ciudadanos en ideales imposibles o bajo el
alero de la guerrilla, el narcotráfico, la prostitución, el contrabando, la
piratería y el tráfico ilícito, en fin, la delincuencia institucionalizada, la
que también se refleja en la corrupción de los mandos medios y altos de la
policía, de políticos, empresarios y altos miembros de la justicia, un
desalentador panorama que nos evidencia una clara falta de educación y
formación de calidad que termina por tergiversar nuestros más caros y nobles
ideales. Lo que es cada sociedad latinoamericana hoy con sus millones de pobres, con
su corrupción, inequidad, marginación, frustración social, incultura, violencia
y delincuencia, injusticia, depredaciones internas, narcotráfico, terrorismo y
políticos perdidos en su vocación de servicio ante las verdaderas necesidades y
requerimientos de sus compatriotas, es ni más ni menos que el producto de lo
que hemos hecho y errado en educación durante los últimos doscientos años.
¿Qué nos queda por hacer sin más? Trabajar, crear, innovar, construir y soñar… con modelos, sistemas y métodos propios, aquellos que den cuenta de qué tipo de ser humano somos, es decir, que den cuenta de nuestras capacidades y limitaciones, de nuestra historia y de lo que realmente queremos ser en el ahora y en el mañana; modelos educativos, sistemas de gestión y métodos pedagógicos surgidos desde nuestra única y distinta realidad, desde nuestra latinoamericanidad, ese ser haciéndose desde el miedo, el hambre, la marginación, la guerrilla, la lucha de poderes, la corrupción, la delincuencia, la falta de oportunidades y desde la desesperación de gobernantes, empresarios e intelectuales por la pobreza económica y cultural de nuestra gente, pero también, por cierto, desde la esperanzadora necesidad de desarrollarnos, de crecer, de ser mejores cada día, desde esa necesidad de brindarnos más oportunidades y perfeccionar nuestra calidad de vida, en fin, desde el sueño alcanzable aquí y ahora de construir mejores personas y mejores sociedades… un sueño por el que hay que trabajar desde siempre…(Véase como propuesta de solución el Método Emilia)
[1]Ernesto "Che" Guevara, médico
argentino, participa en la revolución cubana y en la guerrilla latinoamericana;
Abigael Guzmán, profesor de filosofía, líder de Sendero Luminoso, Perú; Miguel
Henríquez, médico, líder del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR),
Chile; Camilo Torres Restrepo, estudiante de derecho y sacerdote, miembro del
Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Colombia... y muchísimos más.